EL CLIMA EN LA VIÑA
La vid puede vegetar e incluso prosperar bajo las más variadas y adversas condiciones climáticas, pasando frío o mucho calor, en un paisaje casi desértico o cubierta de nieve. Sin embargo, las circunstancias climáticas que le son más favorables las proporciona un ambiente templado y más bien seco, con notoria luminosidad, de veranos largos e inviernos no demasiado duros.
Observando el área enorme en que se cultiva la vid en Europa, que abarca desde los 33 a los 55 grados de latitud y está comprendida entre las isotermas 9ºC y 21ºC, se perciben claramente las muy diversas características climáticas a las que la planta debe enfrentarse. Se pueden contemplar muchos ejemplos de dicha versatilidad de la vid en España, tanto en las cálidas comarcas situadas a orillas del Mediterráneo, como en la meseta castellana, en la que el invierno se manifiesta largo y riguroso.
En cuanto a sus exigencias de lluvia, la vid prospera con éxito desde los desolados secanos del Sureste y zonas centrales, con precipitaciones anuales poco copiosas, hasta las zonas del Noroeste que, bajo la influencia atlántica, alcanzan y superan los 1.000 mm/año.
La temperatura
La influencia de la temperatura sobre la fisiología de la vid resulta un factor clave. Funciones tan vitales como la respiración, la transpiración, o la fotosíntesis, son activadas por la temperatura. La fluctuación o diferencia entre las temperaturas diurnas y nocturnas, así como las correspondientes a las distintas estaciones del año, influye igualmente en el ciclo biológico de la vid.
En un momento dado, si no hay una oportuna fluctuación térmica, pueden llegar a desaparecer algunas fases del ciclo tan importantes como la floración.
Cuando las temperaturas son elevadas, se aceleran los procesos biológicos de maduración, obteniéndose vinos de graduaciones elevadas, dulces, licorosos, como consecuencia de una completa maduración de las uvas. Por el contrario, en zonas septentrionales, o de elevada altitud, donde las temperaturas son más bajas, la maduración tiene lugar con dificultad, consiguiéndose vinos flojos y de marcada acidez.
Para cada especie vegetal, e incluso para cada variedad dentro de la especie, existe un valor, correspondiente a la suma de las temperaturas medias diarias, necesario para que culmine su ciclo vegetal. Esta suma se conoce como integral térmica o constante térmica. La vid necesita para la madurez fisiológica de sus frutos una integral térmica de 2.800 a 4.000 grados.
La luminosidad
Hablamos de la cantidad de luz solar que recibe la planta, expresada generalmente en horas de sol al año, y que juega un papel relevante en los fenómenos fisiológicos de la vid, ejerciendo una complicada acción de cuyo equilibrio depende en gran medida la calidad de los frutos obtenidos.
En nuestro país se consiguen excelentes productos en zonas donde la luminosidad alcanza valores considerablemente variados, que pueden fluctuar desde las 2.000 horas de insolación directa anual, en las comarcas vitícolas del norte y noroeste de la Península, hasta las más de 3.000 horas anuales que, como uno de los valores más elevados del planeta, aparecen en el Golfo de Cádiz y algunas áreas del sureste.
La pluviometría
Es un factor de máxima importancia en el desarrollo de la vid. Su influencia afecta decisivamente a la producción cuantitativa y a la calidad de los frutos.
Una vez cubiertas las necesidades básicas de la planta, se considera que el exceso de humedad no beneficia a la calidad de los frutos. Las lluvias de invierno, en el período de reposo de la planta, favorecen la calidad de la vendimia. Cubiertas las necesidades normales de la planta, también la moderada escasez de agua durante la estación cálida suele traducirse en bondad de los racimos, siendo normal que las mejores añadas coincidan con veranos secos y calurosos.
Las heladas
Resulta de vital importancia que el hielo no aparezca en períodos de actividad de la vid. Durante la parada invernal de actividad vegetal, la viña puede soportar temperaturas extremadamente bajas, incluso inferiores a -15ºC. Sin embargo, algunas heladas tardías, con temperaturas simplemente de 0ºC., durante la fase de brotación, llegan a originar daños muy graves, a veces irreparables.
Los vientos
La acción del viento sobre el viñedo puede presentar caracteres positivos o negativos, dependiendo de su velocidad y energía, persistencia, contenido o ausencia de humedad.
En general, vientos de fuerza moderada, templados y con cierta humedad, ejercen una acción beneficiosa sobre la vid. Por el contrario, vientos fuertes, huracanados, fríos, o cálidos y secos, ardientes, generan efectos negativos, a veces, desastrosos.
La niebla
Sus efectos sobre el viñedo resultan siempre de signo negativo, sobre todo si se producen en épocas de actividad vegetativa. Van desde la limitación de la luminosidad de las zonas afectadas hasta la incidencia de enfermedades criptogámicas de consecuencias tan nocivas como el mildiu, oidio o botritis.
A la búsqueda del microclima
Detrás de la fama de numerosos vinos de calidad acostumbra haber ciertas condiciones microclimáticas que afectan directamente a sus viñedos de origen. Basta recordar la Côte de Nuits borgoñesa, el Piamonte, Champagne o el Rheingau alemán.
También en España son muchas las comarcas vitivinícolas beneficiarias de especiales circunstancias microclimáticas: O Rosal, Priorato, Ribera del Duero, Sanlúcar de Barrameda...
El microclima supera en pocos metros la altura del cultivo sobre el suelo. Dentro de una zona vitícola determinada, e incluso de una misma explotación, pueden existir diversas variaciones climáticas que modifican el microclima y que deben ser valoradas a la hora de efectuar determinadas elecciones, como la variedad de vinífera, el tipo de poda, o el momento de la vendimia.
El relieve del terreno es uno de los elementos que más influye en el microclima. En zonas de orografía ondulada, los terrenos en pendiente, generalmente menos fértiles, presentan diversas orientaciones que pueden favorecer o no la exposición a los rayos solares. La mejor exposición de las viñas plantadas en laderas, con orientación meridional, tiene como consecuencia una correcta incidencia de energía térmica y una mejor recepción de radiación lumínica sobre la masa foliar del cultivo y sobre el propio terreno, que originará una armónica y completa maduración de las uvas y, en consecuencia, la producción de mostos de calidad.
Los fondos de los valles reciben menos iluminación solar por diversas razones. Sin embargo, en ellos se produce un mayor calentamiento durante el día por dificultades de ventilación, así como una mayor incidencia de acumulación de nieblas, que restan luminosidad además de acarrear mayores riesgos de enfermedades. Es posible que se produzca aquí el fenómeno conocido como inversión térmica, fruto del estancamiento en ese fondo del valle de masas de aire frío, más pesado que el aire caliente, situación que se da con más frecuencia en días despejados.
Observando el área enorme en que se cultiva la vid en Europa, que abarca desde los 33 a los 55 grados de latitud y está comprendida entre las isotermas 9ºC y 21ºC, se perciben claramente las muy diversas características climáticas a las que la planta debe enfrentarse. Se pueden contemplar muchos ejemplos de dicha versatilidad de la vid en España, tanto en las cálidas comarcas situadas a orillas del Mediterráneo, como en la meseta castellana, en la que el invierno se manifiesta largo y riguroso.
En cuanto a sus exigencias de lluvia, la vid prospera con éxito desde los desolados secanos del Sureste y zonas centrales, con precipitaciones anuales poco copiosas, hasta las zonas del Noroeste que, bajo la influencia atlántica, alcanzan y superan los 1.000 mm/año.
La temperatura
La influencia de la temperatura sobre la fisiología de la vid resulta un factor clave. Funciones tan vitales como la respiración, la transpiración, o la fotosíntesis, son activadas por la temperatura. La fluctuación o diferencia entre las temperaturas diurnas y nocturnas, así como las correspondientes a las distintas estaciones del año, influye igualmente en el ciclo biológico de la vid.
En un momento dado, si no hay una oportuna fluctuación térmica, pueden llegar a desaparecer algunas fases del ciclo tan importantes como la floración.
Cuando las temperaturas son elevadas, se aceleran los procesos biológicos de maduración, obteniéndose vinos de graduaciones elevadas, dulces, licorosos, como consecuencia de una completa maduración de las uvas. Por el contrario, en zonas septentrionales, o de elevada altitud, donde las temperaturas son más bajas, la maduración tiene lugar con dificultad, consiguiéndose vinos flojos y de marcada acidez.
Para cada especie vegetal, e incluso para cada variedad dentro de la especie, existe un valor, correspondiente a la suma de las temperaturas medias diarias, necesario para que culmine su ciclo vegetal. Esta suma se conoce como integral térmica o constante térmica. La vid necesita para la madurez fisiológica de sus frutos una integral térmica de 2.800 a 4.000 grados.
La luminosidad
Hablamos de la cantidad de luz solar que recibe la planta, expresada generalmente en horas de sol al año, y que juega un papel relevante en los fenómenos fisiológicos de la vid, ejerciendo una complicada acción de cuyo equilibrio depende en gran medida la calidad de los frutos obtenidos.
En nuestro país se consiguen excelentes productos en zonas donde la luminosidad alcanza valores considerablemente variados, que pueden fluctuar desde las 2.000 horas de insolación directa anual, en las comarcas vitícolas del norte y noroeste de la Península, hasta las más de 3.000 horas anuales que, como uno de los valores más elevados del planeta, aparecen en el Golfo de Cádiz y algunas áreas del sureste.
La pluviometría
Es un factor de máxima importancia en el desarrollo de la vid. Su influencia afecta decisivamente a la producción cuantitativa y a la calidad de los frutos.
Una vez cubiertas las necesidades básicas de la planta, se considera que el exceso de humedad no beneficia a la calidad de los frutos. Las lluvias de invierno, en el período de reposo de la planta, favorecen la calidad de la vendimia. Cubiertas las necesidades normales de la planta, también la moderada escasez de agua durante la estación cálida suele traducirse en bondad de los racimos, siendo normal que las mejores añadas coincidan con veranos secos y calurosos.
Las heladas
Resulta de vital importancia que el hielo no aparezca en períodos de actividad de la vid. Durante la parada invernal de actividad vegetal, la viña puede soportar temperaturas extremadamente bajas, incluso inferiores a -15ºC. Sin embargo, algunas heladas tardías, con temperaturas simplemente de 0ºC., durante la fase de brotación, llegan a originar daños muy graves, a veces irreparables.
Los vientos
La acción del viento sobre el viñedo puede presentar caracteres positivos o negativos, dependiendo de su velocidad y energía, persistencia, contenido o ausencia de humedad.
En general, vientos de fuerza moderada, templados y con cierta humedad, ejercen una acción beneficiosa sobre la vid. Por el contrario, vientos fuertes, huracanados, fríos, o cálidos y secos, ardientes, generan efectos negativos, a veces, desastrosos.
La niebla
Sus efectos sobre el viñedo resultan siempre de signo negativo, sobre todo si se producen en épocas de actividad vegetativa. Van desde la limitación de la luminosidad de las zonas afectadas hasta la incidencia de enfermedades criptogámicas de consecuencias tan nocivas como el mildiu, oidio o botritis.
A la búsqueda del microclima
Detrás de la fama de numerosos vinos de calidad acostumbra haber ciertas condiciones microclimáticas que afectan directamente a sus viñedos de origen. Basta recordar la Côte de Nuits borgoñesa, el Piamonte, Champagne o el Rheingau alemán.
También en España son muchas las comarcas vitivinícolas beneficiarias de especiales circunstancias microclimáticas: O Rosal, Priorato, Ribera del Duero, Sanlúcar de Barrameda...
El microclima supera en pocos metros la altura del cultivo sobre el suelo. Dentro de una zona vitícola determinada, e incluso de una misma explotación, pueden existir diversas variaciones climáticas que modifican el microclima y que deben ser valoradas a la hora de efectuar determinadas elecciones, como la variedad de vinífera, el tipo de poda, o el momento de la vendimia.
El relieve del terreno es uno de los elementos que más influye en el microclima. En zonas de orografía ondulada, los terrenos en pendiente, generalmente menos fértiles, presentan diversas orientaciones que pueden favorecer o no la exposición a los rayos solares. La mejor exposición de las viñas plantadas en laderas, con orientación meridional, tiene como consecuencia una correcta incidencia de energía térmica y una mejor recepción de radiación lumínica sobre la masa foliar del cultivo y sobre el propio terreno, que originará una armónica y completa maduración de las uvas y, en consecuencia, la producción de mostos de calidad.
Los fondos de los valles reciben menos iluminación solar por diversas razones. Sin embargo, en ellos se produce un mayor calentamiento durante el día por dificultades de ventilación, así como una mayor incidencia de acumulación de nieblas, que restan luminosidad además de acarrear mayores riesgos de enfermedades. Es posible que se produzca aquí el fenómeno conocido como inversión térmica, fruto del estancamiento en ese fondo del valle de masas de aire frío, más pesado que el aire caliente, situación que se da con más frecuencia en días despejados.
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